Las dieciséis manos que rescataron a Gaudí en la Capilla Real


Grasa y cera de velas, detritus y todo el polvo que un siglo de historia había sido capaz de acumular. Detrás, una obra de Gaudí excepcional: la única intervención que el artista catalán hizo sobre una creación preexistente. Fue en 1909, cuando llegó a Mallorca para redecorar la Seu. La posteridad fijó sus ojos en el polémico altavoz –eliminado con el tiempo– y en el baldaquino heptagonal. Detrás se escondía, en un gris cenizo, el mural de casi 200 metros de la Capilla Real. Un engranaje de cerámicas, hierro forjado y bajorrelieves que ahora ha restaurado el taller Xicaranda.

No había rojos, ni verdes. Apenas un poco de vidrio y algún resto de pan de oro. Hacía años que la Capilla Real de Gaudí yacía bajo una gruesa capa de polvo a la que se habían sumado restos de las velas de antaño y enchufes de la instalación eléctrica de la modernidad. Una situación que llevó al Cabildo catedralicio a encargar un informe sobre el estado de conservación de los hierros y las cerámicas del artista catalán en la Seu. Tras un primer diagnóstico, la institución solicitaba un estudio en profundidad sobre dicha capilla con su restauración como objetivo.

Del otro lado, el taller Xicaranda: una empresa con profesionales con más de 25 años de experiencia en restauración de patrimonio. Frente a ellos, un mural de 170 metros que recorría la capilla. «Es una obra muy desconocida. Se habla de la decoración cerámica pero en realidad es mucho más que eso. Hay pan de oro, hierro forjado, bajorrelieves y pintura policromada», afirma el coordinador de la rehabilitación y gerente de Xicaranda, Alfredo Claret.

Los siete meses de estudio preliminar desvelaron el valor de una obra excepcional de Gaudí. La única intervención que el catalán realizó sobre una obra ya existente, en este caso sobre la catedral gótica de Palma. Fue en 1909 cuando el creador catalán concluyó la decoración de la Capilla Real tras una serie de intervenciones que realizó en la Seu a instancias del Obispo Campins. Gaudí era el gran nombre que podía ayudar a impulsar la espectacularidad de la catedral mallorquina.

Su primer objetivo fue hacer la capilla lo más diáfana posible. Suprimió un corredor elevado que la recorría a cinco metros sobre el suelo, eliminó dos retablos –uno gótico y otro barroco– para recuperar la cátedra del siglo XIII en la que se sentaba el obispo y reubicó a su alrededor las sillas del coro. El nuevo protagonismo de la silla episcopal le llevó a enriquecer las paredes con un gran mural. «Los expertos se refieren a ella como una galería de arte con una sucesión de piezas únicas», añade Claret. Un siglo después de su creación, el polvo y los restos de cera habían ocultado una gran obra que contenía los escudos de 53 obispos de Mallorca y plagada de elementos florales en los que no se repite ni un solo motivo.

Gaudí no pensó en la conservación de su obra, no solía hacerlo. «No quiso trabajar sobre una superficie lisa así que aprovechó las imperfecciones y humedades de los muros. Era parte de su interés en cómo actuaba la naturaleza sobre los materiales», apunta la directora del proyecto de restauración, Isabel de Rojas. Sin embargo, ese tiempo en el que el catalán no había pensado fue el que causó fisuras y pérdida de volumen en el paramento. El panel del extremo derecho, el más cercano al mar, era el más afectado.

El «trabajo de campo» comenzó en julio. Ocho restauradores titulados ocuparon la Seu y colocaron andamios y plataformas en la capilla. El primer paso fue afianzar los muros a través de inyecciones de una masa conocida como PLM introducidas a través de las grietas. «Antes de la restauración siempre es necesario garantizar la conservación de lo que ya existe. Y en este caso, se trataba de evitar que se desprendieran los paneles de cerámica», señala De Rojas.

Después llegó la limpieza de la decoración. Cinco fases de saneamiento que, en las superficies más amplias, comenzaron con la aplicación de pulpa de papel empapada en agua destilada sobre la que se adhiere la suciedad. El siglo que había transcurrido desde su creación había traído no sólo las consecuencias previsibles del paso del tiempo. También un alumbrado eléctrico instalado, a golpe de taladro, sobre la obra de Gaudí. Un entramado de cables ahora eliminados en busca de una mejor solución.

La cerámica –con sello de la fábrica mallorquina La Roqueta– se convirtió en la siguiente meta. Un mosaico de elementos vegetales en los que, en algunos casos, se había comenzado a desprender el vidrio y la pintura. Lo primero se solucionó a través de la fijación; lo segundo, con la utilización de pigmentos naturales. «Uno de los requisitos de toda restauración es que los elementos añadidos se distingan de los originales para no engañar. En este caso, además, son reversibles», explica Claret.

La limpieza –con una especie de algodoncillos empapados en agua y alcohol– se hizo hoja por hoja, pieza por pieza. Un barrido con punta de pincel que recuperó colores prácticamente desconocidos y devolvió el brillo al pan de oro. «Gaudí era un artista muy efectista y rompedor. En su obra no puedes dar nada por supuesto. Ni siquiera que dos rojos sucesivos sean la misma tonalidad», señala De Rojas. Una característica que complica la restauración ya que el catalán añadió a su obra manchas y goteos de pintura intencionadamente que ahora podrían tomarse por accidentales.

La recuperación que el catalán pretendió de la silla episcopal continuaba en Xicaranda con la limpieza de las inscripciones en hierro forjado –igual que los candelabros instalados en los paneles–, los 53 escudos de los obispos mallorquines realizados por Jujol y la conservación de los «renuncios»: dibujos a lápiz que el artista marcó sobre la superficie y que indicaban una decoración que finalmente no se desarrolló.

Seis meses después del inicio, Xicaranda dio por finalizado su trabajo de campo. La Capilla Real lucía luminosa y colorida en la pasada celebración de la Inmaculada. «Nuestra tarea no acaba aquí», apuntan. Al levantamiento del plano con la situación inicial de la capilla, le seguirá ahora una memoria que –a través de planos y fotografías– resuma el proceso y el resultado de la restauración.

La responsabilidad de la Diócesis de Mallorca tampoco acaba aquí. El taller trabaja en la redacción de un protocolo de mantenimiento que la obra debería seguir para analizar su evolución. «Son revisiones cada dos o tres años que, en caso de necesitar reparación, son mucho más sencillas y baratas. Nuestra misión es evitar las intervenciones radicales», señala Claret. Sin embargo, la crisis espera a veces al último minuto.

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